domingo, 6 de junio de 2010

“El turismo es para disfrutarlo, no para sufrirlo”


Esa es la frase que acuñé por estos días y que repito en mi cabeza a cada rato.
Y es que después de 4 años y medio trabajando freelance en torno al turismo, bien sé lo que es pasarlo mal trabajando en esto. Como todo en la vida: un lado amable, un lado tortuoso. El lado amable salta a la vista. El lado tortuoso es lo que esconde el turismo tras bambalinas: negociados, irregularidades, envidias, cegueras y mucha, pero mucha gente que trata de aprovecharse y/o cagarte (incluidas supuestas amistades).

El problema de trabajar en esto es que uno empieza a vincular una actividad de recreación con toda esa basura asociada. A modo de ejemplo, siempre he sido una obsesa amante de la Patagonia y uno de mis caballitos de batalla ha sido difundirla como una forma de proteger sus tierras. Sin embargo, tras una desgastante experiencia en Coyhaique pienso en esas tierras y no me acuerdo de sus fantásticos paisajes de bosques y glaciares, sino de todas las irregularidades, toda la mala onda, todo el estrés y todo el abuso de poder de sus autoridades.

Un ejemplo de tantos que me hace cuestionar si vale la pena el esfuerzo, si vale la pena pasarlo mal en una actividad que es sinónimo de pasarlo bien.
Tal vez la respuesta es simple: lograr inclinar –ojalá groseramente- la balanza hacia el disfrute y para eso, definitivamente, es hora de reinventarme.