martes, 25 de agosto de 2009

Patagonia sin represas 2

El turismo dura para siempre.
Las represas pierden su vida útil en 50 años.

¿Qué eliges?

lunes, 24 de agosto de 2009

Patagonia sin represas 1

Una de las cosas que más me molesta de las represas en la Patagonia es la ignorancia de quienes las defienden.

sábado, 15 de agosto de 2009

Lota de película


(Extracto de una pelada de cable que escribí en la revista Viajes hace un año)

Su arquitectura, sus calles, su ambiente. Casi todo en Lota parece un verdadero set cinematográfico gracias a sus guiños al pasado. Si tuviéramos que escribir un guión de nuestra visita, sería más menos así.

-ESCENA EXT. CALLEJÓN.
Los autos avanzan despacio por las fuertes pendientes de esta ciudad construida entre los cerros y que postula a convertirse en Patrimonio de la Humanidad. Cada rincón parece un museo viviente, casi detenido en el tiempo. Por una parte grandes palacios, parques e iglesias que dan cuenta de la importancia económica que tuvo el carbón; por otra parte decenas de “pabellones obreros”.
Voz en off periodista: “Estar acá hacer recordar las historias de Baldomero Lillo. Los pabellones, los obreros. Y da un poco de escalofríos”.

-ESCENA EXT. MINA.
Se ve una antigua construcción de madera, donde se puede leer: “Chiflón del diablo. Visite las entrañas de la tierra”. Sale un hombre de edad mediana a recibir a los visitantes. Hombre: “Pasen por acá para darles sus cascos y comenzar la visita”.

-ESCENA INT. SALA DE IMPLEMENTOS.
Es una sala pequeña, repleta de cientos de cascos que cuelgan de la pared, todos ellos con una lámpara en la parte frontal. Entra el guía de la expedición, un hombre canoso, pequeño, de manos robustas y con una gran sonrisa en la cara.
Roberto: “Hola a todos. Yo soy Roberto Rojas, minero del carbón. Trabajé por más de 20 años en esta mina y para mí será un honor mostrarles mi trabajo”.
Visitante: “Disculpe. ¿Allá abajo hace mucho frío?”
Roberto: “No señorita, no se abrigue mucho, porque el aire es bien húmedo allá. Yo creo que le va a dar calor”.
Los mineros dan las instrucciones de rigor y todos los pasajeros se colocan los cascos y unas pesadas baterías en la cintura, que sirven para encender los focos. Luego todos comienzan a caminar hasta llegar a la entrada del túnel.
Roberto: “¡Me esperan a la entrada del ascensor!”

-ESCENA INT. ASCENSOR Y MINA.
Se ve una pequeña jaula metálica: el ascensor.
Roberto (sonriendo): “Ahora descenderemos 40 metros y tendremos que hacer varios turnos, porque sólo caben dos personas cada vez”.
Voz en off periodista: “Es mi turno. Desde la poca claridad de arriba, el ascensor comienza a bajar lentamente a una completa y aterradora oscuridad. El aire ya se empieza a sentir húmedo”.
Una vez que desciende todo el grupo, avanzan unos 100 metros. Don Roberto se detiene.
Roberto: “Por favor, les pido que apaguemos todas las lámparas”
Visitante: ¡¿Todas?!
Roberto: “Sí y por favor, les ruego que nos quedemos en absoluto silencio un minuto”.
Uno a uno los visitantes van apagando sus luces.
Voz en off periodista: “Da lo mismo que tenga los ojos abiertos o cerrados, de ambas formas todo se ve negro. Sólo escucho mi respiración y el corazón latiendo fuerte. No me gusta la oscuridad y el minuto se me hace eterno. En medio de mi ansiedad, estoy a punto de encender mi luz, pero don Roberto se adelanta y enciende su lámpara”.
Roberto: “Si el minero se quedaba sin luz, las instrucciones eran quedarse sentados y esperar a que alguien pasara, porque si uno se movía significaba perderse entre los túneles. A los novatos de 10 años se les dejaba a cargo de las puertas de ventilación con esta oscuridad y para que no salieran corriendo de miedo, los dejaban amarrados a un poste”.
Mientras el grupo comienza a avanzar, don Roberto explica que esta mina se dejó de trabajar en 1976, que las galerías penetran más de un kilómetro mar adentro y que existen otros cinco niveles. El túnel desciende lentamente y se pasa de paredes cubiertas por ladrillos, a un túnel más angosto, bajo y con vigas de madera. Todos caminan en fila india y en muchas partes deben caminar agachado.
Visitante: “Don Roberto. El tema del aire me preocupa. ¿Tienen sistemas de ventilación?”
Roberto: “No señor. Esta es una de las pocas minas del mundo con ventilación natural. El aire llega desde otras galerías y ¡a veces hasta “chifla”!. Por eso el nombre de “Chiflón”.
Un poco más adelante el guía vuelve a detenerse.
Roberto: “La minería del carbón se inicia en 1837, ahí se trabajaba con lámparas de carburo o de aceite, sin cascos y en forma artesanal, sólo se usaba picota, pala y chuzo, y los carros eran tirados por caballos. Existían dos animalitos que eran muy importantes para nosotros. ¿Saben cuáles? Hay uno que no tiene muy buena fama, los ratones. Ellos nos avisaban de sismos y derrumbes. Y el otro animal era el canario. Si se moría, significaba que había gas grisú y todos debían salir corriendo porque podía haber una explosión. Ahora se utiliza este aparatito, si la aguja está en menos del 5% estamos seguros. ¿Ven? Acá nos indica que tenemos casi un 1%”.
Visitante: “¿Estamos a salvo?”
Roberto: “Estamos a salvo”.
El aire se vuelve cada vez más húmedo y denso. Los túneles continúan estrechos y sólo en algunas partes se puede caminar erguido. Cada un tanto se escucha algún cabezazo, seguido del agradecimiento de llevar el casco. Don Roberto anima toda la visita, respondiendo preguntas, contando historias del pasado y anécdotas de cuando se filmó Subterra. Más adelante se llega a una veta de carbón, donde el minero toma una picota y enseña cómo se trabajaba.
Visitante: “¿Y trabajaban en esa posición?”
Roberto: “Así es. Casi siempre recostados o de rodillas, por eso sufríamos mucho de artrosis y deformaciones. Y ahora, para finalizar y si no es mucha la molestia, les pido que nuevamente apaguemos nuestras lámparas”.
En oscuridad absoluta, empieza a entonar el himno de los mineros, con una voz emocionada y repleta de orgullo. “Los mineros queremos honrar, al que sigue la ruda labor, de extraer bajo el fondo del mar, el carbón, el carbón, el carbón”.
Se escuchan aplausos y nuevamente todos encienden sus linternas.
Roberto: “El tiempo del carbón fue muy importante, por eso yo estoy orgulloso de mi oficio y de ahora poder mostrárselos a ustedes”.
Más aplausos y continúa la caminata. El túnel empieza a ascender lentamente.
Voz en off periodista: “Ahora ya vamos saliendo y por fin se siente que entra algo de viento”.
El minero toma un teléfono en la pared.
Don Roberto: “Estos funcionan desde 1934 y son magnetófonos. Ahora estoy llamando a la superficie. ¿Aló? Sí. Está todo en orden y ya vamos subiendo”. Corta. “Vamos muchachos, después de estos escalones volveremos a tomar aire fresquito”.

Adrenalina en el valle


La adrenalina es una hormona que surge en situaciones de riesgo provocando la dilatación de las pupilas, el aumento de la respiración y hace que el corazón lata mucho más rápido. Nosotros podemos dar fe de esos síntomas, gracias al descenso por una cascada de 70 metros colgados de un arnés.

El rappel es lejos la actividad estrella del verano. Comenzamos el viaje bien temprano en la mañana, aventurándonos por un tortuoso camino de tierra encaramados sobre motos de 4 ruedas. Después la travesía continúo a pie por un sendero entre coigües, robles y lengas, que a ratos se nos hizo bastante empinado.

A una media hora de caminata llegamos a una bifurcación. Desde aquí podíamos ir a mirar la cascada, con la consecuente posibilidad de asustarnos aún más y convertirnos en desertores, o bien seguir camino arriba y apelar al dicho ojos que no ven corazón que no siente. Decidimos la segunda opción y llegamos arriba casi sin aliento. Ni siquiera tratamos de acercarnos a la orilla para mirar hacia abajo, sólo esperamos impacientes mientras los guías armaban el encordado y verificaban cada detalle de los arnés, mosquetones y cuerdas. Para nuestro alivio nos explicaron que el equipo soporta más de una tonelada y que el sistema es 100% seguro porque utiliza cuerdas que nos sujetan desde arriba y desde abajo. Para eso desciende primero uno de ellos, él nos recibirá abajo y cualquier cosa puede frenarnos tirando nuestra cuerda.

Es nuestro turno. Con el estómago más que apretado damos el primer paso: nos acercamos a la orilla y tomamos la posición correcta dándole la espalda al vacío y poniendo los pies apoyados contra la pared. Es casi como estar sentado sobre el arnés.

La mano izquierda se sujeta en la cuerda y sirve de equilibrio. La derecha se utiliza para controlar la velocidad de descenso y el frenado. Al principio nos cuesta la técnica y los primeros pasos son torpes. Un par de metros más abajo ya no podemos ver, ni escuchar a nuestro guía que nos animaba desde arriba y se presenta el verdadero panorama: son casi 70 metros, similar a un edificio de 25 pisos, con la diferencia que acá vamos por la orilla de una cascada, nos cae agua por todas partes y no se escucha más que la fuerza de la cascada y la respiración fuerte. La concentración en realizar bien cada movimiento y las ganas de llegar pronto abajo hacen que todo el resto dé lo mismo, incluyendo el agua fría que escurre por la espalda y el cansancio que comienza a aparecer en el brazo derecho.

Según nuestros guías nos demoramos unos 15 minutos en llegar abajo. Nosotros no podríamos asegurarlo, porque allá arriba el tiempo se pierde y sólo regresamos a la realidad cuando llegamos a la meta. Ya abajo, con el agua hasta las rodillas, nos dimos cuenta de lo fría que estaba y nos apuramos en salir a la orilla para cambiarnos de ropa.

Dicen que la adrenalina también estimula al cerebro para que produzca dopamina, hormona responsable de la sensación de bienestar, por lo que provocaría adicción. Aún no podemos declararnos unos adictos, pero esta dosis nos hizo sentir como un verdadero juguete a cuerda. Como por media hora no paramos de hablar, reír, decir garabatos e incluso bajamos el cerro casi corriendo. Claro que cuando terminó el efecto, caímos agotados en una siesta que duró varias horas.



Extracto reportaje publicado en revista Viajes.
Valles las Trancas, región del Bío Bío.
Fotos de Alejandra González y uno de nuestros guías.

sábado, 1 de agosto de 2009

La Suizandina

Hoy en Tendencias, La Tercera.