sábado, 15 de agosto de 2009

Adrenalina en el valle


La adrenalina es una hormona que surge en situaciones de riesgo provocando la dilatación de las pupilas, el aumento de la respiración y hace que el corazón lata mucho más rápido. Nosotros podemos dar fe de esos síntomas, gracias al descenso por una cascada de 70 metros colgados de un arnés.

El rappel es lejos la actividad estrella del verano. Comenzamos el viaje bien temprano en la mañana, aventurándonos por un tortuoso camino de tierra encaramados sobre motos de 4 ruedas. Después la travesía continúo a pie por un sendero entre coigües, robles y lengas, que a ratos se nos hizo bastante empinado.

A una media hora de caminata llegamos a una bifurcación. Desde aquí podíamos ir a mirar la cascada, con la consecuente posibilidad de asustarnos aún más y convertirnos en desertores, o bien seguir camino arriba y apelar al dicho ojos que no ven corazón que no siente. Decidimos la segunda opción y llegamos arriba casi sin aliento. Ni siquiera tratamos de acercarnos a la orilla para mirar hacia abajo, sólo esperamos impacientes mientras los guías armaban el encordado y verificaban cada detalle de los arnés, mosquetones y cuerdas. Para nuestro alivio nos explicaron que el equipo soporta más de una tonelada y que el sistema es 100% seguro porque utiliza cuerdas que nos sujetan desde arriba y desde abajo. Para eso desciende primero uno de ellos, él nos recibirá abajo y cualquier cosa puede frenarnos tirando nuestra cuerda.

Es nuestro turno. Con el estómago más que apretado damos el primer paso: nos acercamos a la orilla y tomamos la posición correcta dándole la espalda al vacío y poniendo los pies apoyados contra la pared. Es casi como estar sentado sobre el arnés.

La mano izquierda se sujeta en la cuerda y sirve de equilibrio. La derecha se utiliza para controlar la velocidad de descenso y el frenado. Al principio nos cuesta la técnica y los primeros pasos son torpes. Un par de metros más abajo ya no podemos ver, ni escuchar a nuestro guía que nos animaba desde arriba y se presenta el verdadero panorama: son casi 70 metros, similar a un edificio de 25 pisos, con la diferencia que acá vamos por la orilla de una cascada, nos cae agua por todas partes y no se escucha más que la fuerza de la cascada y la respiración fuerte. La concentración en realizar bien cada movimiento y las ganas de llegar pronto abajo hacen que todo el resto dé lo mismo, incluyendo el agua fría que escurre por la espalda y el cansancio que comienza a aparecer en el brazo derecho.

Según nuestros guías nos demoramos unos 15 minutos en llegar abajo. Nosotros no podríamos asegurarlo, porque allá arriba el tiempo se pierde y sólo regresamos a la realidad cuando llegamos a la meta. Ya abajo, con el agua hasta las rodillas, nos dimos cuenta de lo fría que estaba y nos apuramos en salir a la orilla para cambiarnos de ropa.

Dicen que la adrenalina también estimula al cerebro para que produzca dopamina, hormona responsable de la sensación de bienestar, por lo que provocaría adicción. Aún no podemos declararnos unos adictos, pero esta dosis nos hizo sentir como un verdadero juguete a cuerda. Como por media hora no paramos de hablar, reír, decir garabatos e incluso bajamos el cerro casi corriendo. Claro que cuando terminó el efecto, caímos agotados en una siesta que duró varias horas.



Extracto reportaje publicado en revista Viajes.
Valles las Trancas, región del Bío Bío.
Fotos de Alejandra González y uno de nuestros guías.

1 comentario:

  1. Excelente. Qué ganas de estar ahí alguna vez.
    Saludos!!!

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