Un mes en la Patagonia y ya tengo mi primer veredicto: Estas tierras son mucho más agrestes y frías de lo que imaginaba. Y no lo digo por un tema climático...
Claro, vivir acá es muy diferente a mis pasos anteriores como turista donde sólo me enfrentaba a un paisaje y un recepcionista de algún hostal. Y demasiado distinto a mis visitas como periodista, donde tenían que tratarme bien para que escribiera bien (el viejo truco de sobarle el lomo a la prensa).
Por ahora no hablaré de la luz perfecta y los paisajes perfectos, porque viviendo acá pasan a segundo plano (insisto: por ahora).
Primero está la sobrevivencia. Y, en mi caso, esa sobrevivencia significa adaptación.
¡A luchar por la adaptación se ha dicho!